sábado, 3 de octubre de 2009

¡A buen árbol te arrimas!

Ayer, adentrado en el sepia de un monte húmedo me sorprendió la lluvia.

No podía defenderme de las frías gotas y corrí a buscar refugio bajo el dosel de un árbol.

Pude sentir su energía mientras acercaba mi cabeza a su tallo; era como abrazar a alguien muy querido.

Me preguntó qué hacía.
Respondí que trabajando; nada que le hiciera daño.

¡A buen árbol te arrimas! me dijo.
Quería contarme tantas cosas, que pensé que por estar tanto tiempo en el mismo lugar, se sentía aburrido y en cierto modo triste.

Una araña bajaba de su tallo y me hacía compañía. Unas gotas atrevidas chocaban contra mis manos mientras abrazaba aquel gran tallo.

Ayer me sorprendió la lluvia y encontré un basto refugio, compañía y alguien con quién platicar.
Me habló, me hizo preguntas, y me abrazó con sinceridad de árbol.

Mientras nos sincerábamos, la lluvia cesaba, pero algunas gotas que aún se filtraban entre las hojas y las ramas , caían al suelo con tal fuerza que bien podrían doler si te interceptaban.

Cuando la lluvia paró, el árbol me invitó a sentir con él. Me dijo que mirara hacia arriba, entre sus ramas.

Ahí pude apreciar -como si se tratara de una película en cámara lenta-, el modo delicado en que el agua recorría cada centímetro de aquel gran coloso; era como ver cómo cada gota de vida se encontraba con otras gotas y formaban un caudal hasta llegar a la tierra.

Era como ver pequeños seres descender lentamente en paracaídas desde una gran montaña, y al llegar a tierra firme se escondían prontamente con la habilidad de un ninja. Era algo que se hacía sin prisa y calculado; era magistral…

Ayer mientras escapaba de la lluvia, me topé con un amigo, platicamos de esto y de aquello, y al final, nos escapamos del trabajo y parrandeamos por ahí.

Creo que solo se trató de unos minutos; de los minutos mejor vividos en mi vida.

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